Tirados panza abajo, lado a lado, arrojábamos piedritas a las aguas negras del puerto oceánico.
Reíamos, enamorados del día que compartíamos.
Corríamos, jugábamos, niños y viejos nos señalaban sonriendo, y reíamos aun más
y corríamos a escondernos, sólo por jugar.
Lado a lado, como niños, como los lobos del puerto, sin pensar.
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