viernes, 17 de junio de 2011
La Danza de Eurínome
Del gran bostezo existencial se hizo Eurínome, Diosa de Todas las Cosas, cuyo buen nombre ya no se invoca. De la mismísima nada surgió, sin forma precisa a falta de quien la viera y juzgara, creativa, dinámica y alegre. Necesitada de una base y una dirección, dividió sin mucho pensar el cielo y las aguas, y se puso a bailar en círculos hacia el sur. Esta misma danza vertiginosa creó a sus espaldas el viento del norte, Bóreas. Sabido es que este viento tiene la facultad de fecundar espontáneamente, y de entre los miembros danzantes de Eurínome con Boreas colándose por sus grietas, nació Ofión, la gruesa serpiente de viento que se enamoraría perdidamente de ella, enroscándosele sin pedir permiso, ni encontrar oposición. Fue así que Eurínome se tornó ave y puso un huevo, el Huevo Universal, que Ofión se encargó de empollar enroscandose siete veces a su alrededor. De este Huevo nacieron todas las cosas: los dioses, los titanes, las estrellas... y el Amor. Hijo travieso y temible de una diosa casquivana y danzante, y una serpiente engreída y mentirosa, que más tarde sería expulsada del Olimpo hacia las profundidades del Tártaro, de un enérgico talonazo en la cabeza aplicado por la Gran Diosa, por haberse atrevido éste a jactarse de ser el verdadero creador del Universo. Faltaba más.
Más tarde Eros conocería su destino al enamorarse de Psiqué, el Alma, una mortal. Y así andamos, sus descendientes, con amores más o menos inmortales, correspondidos o no en tiempos y cuerpos transitorios y disociados de las dimensiones y consecuencias del Amor, que es locura atemporal, y el parsimonioso tránsito terrenal de la Sabiduría.
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